❤️EL PLACER DE INTIMAR.
Pero ¿qué es realmente desear y acercarnos de verdad? Es definitivo que se trata de un comportamiento emocionalmente dirigido para exacerbar el placer y dejarnos con un confort poderoso de vitalidad; esa es su condición natural. Pero con el pasar del tiempo lo hemos olvidado y a cambio lo hemos distorsionado y, por lo mismo se ha tornado también en fuente de inhibiciones.
Hace ya bastante tiempo decidimos que la prioridad evolutiva de la humanidad consistía en desarrollar capacidades para extender nuestro poder de dominio sobre lo que nos fuera posible.
El paso que dimos entre los siglos IV y V fue poner un énfasis completo en nuestra capacidad mental, separar al cuerpo y colocarlo en un ámbito inferior. Donde la sensualidad quedó ligada al amor, pero también se expresa en formas más violentas de agresión, las cuales nos perturban y producen malestar. En lugar de placer y relajación terminamos con tensión, insomnios y la necesidad de algo más, lo cual permite alimentar fantasías usadas por la publicidad con el fin de incrementar las ventas, ya que es usada como arma de seducción o como arte grosero o sutil. Por eso el placer en la intimidad, a lo largo del tiempo, ha sido definido, organizado, reprimido o utilizado como mito de libertad.
Luego fue fácil condenarlo y verlo como fuente de pecado y así se le SATANIZÓ. Con un poco más de tiempo aprendimos a someterlo a abusos y violencia, prácticamente a castigarlo y maltratarlo. De esta manera fuimos perdiendo el sentido de la función del cuerpo y de la necesidad de un buen estado de este para nuestro propio beneficio.
Necesidades tan básicas para el cuerpo de realizar, como captar oxígeno desde la respiración simple, sin darle ahogo emocional o estrés por nada, que no fue importante para el cavernícola; alimentarnos a partir de grasa y proteína normal de toda la vida y no ese montón de comida poco nutritiva procesada con azúcar; descansar, vivido como el simple hecho de ir a dormir cuando tememos sueño y ya, como lo hacían nuestros ancestros; regenerar sin tanto miedo a envejecer, enfermarse o preocuparse de tomarse la pastilla que te han hecho creer que sirve para vivir más y mejor.
Todas esas variables inventadas desde la mente, y no reales para nuestro poderoso METABOLISMO SALVAJE, se han vuelto verdaderos retos en términos de salud, sobrevivencia y existencia, ya que se ha tornado más fácil ingerir comida chatarra, tener que consumir algo para ayudarnos a dormir (drogas legales), no tener tiempo para cuidar de nosotras o nosotros, mirar nuestro cuerpo como cúmulo de malestares y prácticamente dejar de respirar por el mal manejo de las emociones, debido a un montón de definiciones extrañas y no acordes con lo natural; así dejamos de atendernos conscientemente para estar bien y disfrutar plenamente de estar VIVOS.
Algo tan natural, como comer y dormir, que puede ser altamente placentero y producir bienestar, se ha tornado un área de conflicto y malestar y lo mismo podemos decir acerca de nuestra SEXUALIDAD.
Es usual que cuando escuchamos la palabra sexualidad tendamos, por aprendizaje condicionado, a asociarla con deseo sexual, búsqueda de placer, erotización, genitalización y satisfacción mediante la relación sexual. A ello contribuyen asimismo la pornografía, el énfasis puesto en el desempeño sexual, las imágenes del cine, la televisión y vídeos relacionados con sexo. Sin embargo, es mucho más que solo eso.
Sexualidad es quienes somos integralmente como hombre y mujer, empezando que venimos del sexo, un óvulo XX y un espermatozoide XX o XY, lo cual tiene que ver tanto con la dotación genital con que venimos a la vida, como también con nuestro estado físico, sensaciones, emociones, pensamientos, sentimientos y hasta creencias espirituales, ya que cada uno de estos ámbitos terminan participando en la expresión total de quienes nos sentimos y percibimos ser.
Lo común en el ámbito sexual es una predominancia de imágenes mentales, técnicas, métodos, aditamentos y elementos externos mediante los cuales se crea y prepara la posible relación sexual que queremos o podemos tener, por lo que antes de estar en contacto con alguien, ya hemos elaborado en nuestra mente el tipo de encuentro que vamos a tener y lo que buscamos sentir; algo a lo que el cuerpo debe estar dispuesto a responder.
No es de extrañarse el sin número de disfunciones y malos momentos que tienen lugar en el espacio íntimo, acompañados por poco placer y casi ninguna conexión emocional.
La mente ha preparado la escena (película casi de acción-ficción), pero el cuerpo no ha participado en ello (pura imaginación), y menos lo que pueda sentir ante la posibilidad; su apariencia cuenta más a la hora de atraer y seducir, pero parece un invitado extraño a la hora de sentir y participar.
Se espera que con besos de momento y algunos tocamientos el cuerpo despierte, desee lo que está por venir y sea el gran y buen actor en el clímax final (igual a una carrera en atletismo), como si fuera una competencia. Pero no necesariamente funciona así, ya que lo estamos viendo más como recipiente y/o ejecutor mecánico en lugar del ser vivo, sintiente, consciente y vital que es. La razón de ello es que la mayor parte del tiempo lo mantenemos desconectado de nuestra percatación, o sea, no nos enteramos de lo que sentimos o de lo que el cuerpo nos dice = pérdida del metabolismo salvaje, a menos que las necesidades básicas nos lo hagan notar o bien, algún malestar o dolencia, quizás algo específico que necesitemos hacer mediante él. No obstante, su base es energética, de fuerza natural, sensual, lleno de sensaciones, movimiento, flujos y expresiones continuas que buscan comunicar al exterior lo que se vive a lo interno.
El cuerpo, entre más sano, despierto y vivo se encuentre, más sensual, vibrante, resplandeciente y atractivo es. Es el fundamento para existir y plantarnos en el mundo material y, a la vez, participa de un poderoso sentido de sentir, que es percatación constante y en movimiento de lo que sucede a nuestro alrededor y en nuestro interior. Este sentido no es mental sino físico, es una experiencia multidimensional, que consiste en la conciencia corporal de una persona, un evento, un objeto, una situación, que toma por completo nuestro sentir y la comprensión tan amplia como nos sea posible de la experiencia del momento, todo sentido a la vez en una sola impresión o comunicación, creando una configuración completa. De ahí su poder para movernos y hacernos sentir. En ese momento el cuerpo opera como una integración total.
Eso es lo que nuestro cuerpo nos ofrece como posibilidad en una experiencia real de intimidad. Conectar, sentir, vibrar, resonar y ampliar la experiencia sensible mediante el encuentro sentido con alguien más. Si ese encuentro es con nosotras o nosotros mismos lo que experimentamos es una clara elevación de la sensualidad, la cual nos provee de comodidad, disfrute y bienestar corporal. Lo mejor es que esta sensualidad se encuentre ya presente a lo interno cuando a lo externo deseamos el espacio más íntimo con alguien más, ya que el cuerpo desde el principio se sentirá confortable, atractivo y dispuesto para intercambiar por ende, no será necesario convencerlo desde la mente con imágenes o con ciertos estímulos para que abra y logre sentir, debido a que ya cuenta con un movimiento natural hacia el sentir, percibir y actuar con libertad.
Algo muy distinto sucede cuando tenemos el deseo -implantado por la mente- o estamos obligados a responder al llamado o el deseo planteado por alguien más. En lugar de la disposición sentimos la presión, el deber de y el tipo de desempeño que es necesario alcanzar para producir satisfacción. Todo está controlado y programado, el acto es mecánico debido a la meta establecida como se haría en táctica deportiva o militar y, aunque el cuerpo no lo desee, tiene que responder.
Poca o ninguna satisfacción puede existir así y lo más común es sentir un peso y una incomodidad constante cuando se está en el momento, la necesidad de que pase rápido y finalmente se acabe para no tener que esforzarse más, en un acto que realmente no necesita de esfuerzo mental, cuando las emociones deberían fortalecernos para sentirse a gusto y a la vez poderoso. Hay una canción que lo describe muy bien, “Quiero un hombre que me trabaje sin prisas, deseo un amante que me toque con suavidad, quiero alguien que dedique un rato y que no se vaya acalorado y presuroso…”.
Ese es el resultado de muchos años de desconexión con el cuerpo, la cual empieza tempranamente cuando hay severa restricción a la necesaria actividad corporal, en aras de estar en calma y producir tranquilidad. Así es como el cuerpo comienza a experimentar la restricción y las múltiples contracciones al interior, no permitiéndose respirar para evitar captar el oxígeno y así dejar de producir energía para agotarse rápidamente; con el tiempo se adormece y deja de responder con naturalidad, de sentir pasa a pensar y con ello deja de lado el poder de producir energía para agotarse al no respirar o captar oxígeno, de modo que experimenta un proceso de acidificación y enfermedad, lo que es igual a perdida de testosterona, líbido bajo o nulo. Ha quedado acorazado para que no vaya más allá de lo que espera y establece, similar a las gríngolas que ponen a los caballos para evitar su visión periférica (antiojeras). Casi simultáneamente se experimenta la pérdida de vitalidad, la caída de la percepción más clara y el sentir. Las emociones y las fuerzas se empiezan a apagar, ya que no hay permiso para una expresión abierta, sentida y natural, porque en lugar de verlo como una fortaleza, creemos que es una debilidad. Así quedamos rigidizados, constipados y faltos de espontaneidad, de modo que el movimiento se reduce o acelera sensiblemente sin control en una inútil demostración de algo que creemos es poder, equivocando el escenario, -no ha lugar-, como diría un abogado. Las necesidades internas están presionando por salir con el deseo de regresar al movimiento, la expresión abierta y la vitalidad. En lugar de ello se va a agregar más formalidad, racionalidad y una dosis más fuerte de manejo mental con el pretexto de controlar impulsos, pero el exceso es tal que el resultado es una caída de fuerzas, vida y creatividad, ya que nuestro cuerpo se va apagando más; nos transformamos en pésimos mentales amantes, porque no se trata de pensar que hacer para lograr un espectacular desempeño, solo se trata de sentir y compartir haciendo lo que nuestro ser nos impulsa hacer para disfrutar.
A eso se va a agregar el condicionamiento fundamental del aprendizaje de los comportamientos de acuerdo por género y sexo, es decir, lo que se espera que una mujer y un hombre hagan para parecer llenar el molde de lo que tienen que ser, por ejemplo; en la intimidad, la mujer espera que el hombre haga, porque si ella propone y es recaliente, puede ofender al “pobrecito” hombre, que debe y se le tiene permitido hacer nuevas posiciones o tocamientos; sino es el sino ella, eso da permiso a que se piense mal de ella y crea dudas de donde aprendió eso; lo cual no escapa a la idea preconcebida de la sexualidad y menos de la conducta sexual a mostrar.
De este modo las expresiones quedan estereotipadas para cumplir estándares, demandas y expectativas, para no ofender al otro. Por más carente de sentido que todo ello resulte, es importante seguirlo si no se quiere dar paso a malas interpretaciones y muchos contrasentidos. Nada más limitado y restringido para la experiencia real de la cercanía y la intimidad, llegando a ser una castración total de nuestra naturaleza, donde somos ciento por ciento sexual y venimos a este mundo gracias al encuentro sexual entre mujer y hombre, nada más.
Por eso cuando alcanzamos la adultez y experimentamos el deseo de vivir nuestra sexualidad con libertad nos encontramos con más de una serie de miedos, imposibilidades, trabas, dificultades y problemas que no sabemos de dónde vienen y nos sentimos incapaces de manejar. Nada extraño que la mente vuelve con la seducción, el poder controlar el deseo y la excitación de alguien más, la pornografía, lo prohibido, promiscuidad, la orgía y hasta las imágenes distorsionadas y a veces retorcidas que excitan más que la verdadera realidad o el acercamiento rico de piel con piel entre dos personas que desean compartir toda la energía que tienen y más, la que se mira opaca y deslucida comparada con lo que la mente puede crear.
La desilusión y decepción está a la orden del día con lo que se vive, en oposición a lo que se anhela y no se mira ninguna posible resolución. Por eso es fácil caer en la rutina, una ligera sensación de algo agradable, ya que no sentimos dar para más, ya que si sentimos no tenemos límite para devolver lo que sentimos generando placer “celestial”; o bien, el loco frenesí de la búsqueda constante, un tener que probar hasta que no se pueda más, para ver si se siente algo o mucho más y se sigue buscando sin entender porque seguimos sin sabor.
No obstante, los intentos, el placer natural no emergen y parece que definitivamente no está, no se logra experimentar, no llega, no se encuentra, dejando un -no sé qué-.
La razón de ello es la constante desconexión con el cuerpo; dejamos de sentir para pensar que podríamos sentir, la tendencia a permanecer casi siempre en un plano mental que busca entre imaginación y posibilidades creadas en busca del “placer”; debemos considerar que hay una distancia a considerar entre mente y cuerpo, que más bien se necesita aproximar.
Empieza por aflojar las expectativas y exigencias de lo que debe pasar y se tiene que sentir, de esa manera el cuerpo se puede relajar, logra sentir y ser consciente de sus sensaciones a lo interno, dejándose llevar como el agua. Si insistimos en mantener la presión, se sostiene también la tensión, rigidez, contracción y poca respuesta a nivel corporal. Si no queremos pasar por ese malestar es mejor empezar por lograr un grado favorable de relación y mantener una buena relación con nuestro cuerpo, nos movemos a lo interno como el agua, para fluir.
Cuidar el cuerpo desde sus necesidades básicas de alimentación de alto rendimiento sin carbohidratos, descanso real, para su reparación y reposición de fuerzas y ejercicio no destructivo como los sobre entrenamientos mal planificados, con el fin de darle oportunidad de reducir las contracciones y poder captar oxígeno mitocondrial para generar mucha pero mucha energía y de esa manera permitir que se fortalezca, abra y lo experimentemos fuerte y vital. A ello podemos agregar algunos de los cuidados extra que más nos gusten y ofrezcan bienestar, tales como largas caminatas en la montaña o en la playa, disfrute de comidas preparadas con amistades, participación en experiencias que nos lleve a mover el cuerpo y las emociones olvidadas, un placentero entre las diversas modalidades de masaje físico, un método de movilización de energía, como Reiki, terapia craneosacral, preso puntura en áreas adormecidas o bloqueadas, reflexología, masaje neuromuscular con liberación emocional, un baño en aguas termales, en tina o en jacuzzi, con sal, manzanilla, etc.
Lo más simple de todas las posibilidades es disfrutar conscientemente del baño que nos damos cada día, y respirar agradeciendo con ganas la sensación placentera de oxigenarnos, nos dará la posibilidad de abrir nuestro cuerpo y rescatar nuestra verdadera sexualidad salvaje; provecho.